miércoles, 27 de febrero de 2019

CLASE MEDIA VERSUS TRABAJADORA

Me permito la licencia de colgar este breve artículo como adelanto a nuestra publicación.
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Uno de los grandes engaños de nuestra liquida sociedad es el convencernos de que la mayor parte de la población pertenecemos a la clase media. Parece que lo moderno es aplicar la Caracterización Socio Económica Nacional (CASEN) que establece una segmentación en siete clases que define nada menos que 4 tipos de clase media: la clase media acomodada, la emergente, la típica y la media baja. Por debajo se sitúan los sectores vulnerables y en el fin de la escala, los pobres.
Así, a poco que se tenga un piso, aunque esté hipotecado o se pase una semana en la playa, aunque sea en el apartamento de los suegros ya se entra en la CLASE MEDIA. No digo nada si se hace un crucero a los fiordos noruegos, aunque se pague a plazos, con ese curriculum, ya se es competente para votar a la derecha. 
La visión marxista es más fácil de entender. La clase media es el sector social de trabajadores que son dueños de sus propios medios de producción y cuya fortuna no da para contratar un gran número de obreros. Podían ser los comerciantes que se encontraban con una cierta estabilidad económica. En resumen, toda persona que cambia su fuerza de trabajo por un salario es, por definición CLASE TRABAJADORA que es la clase de cuya lucha puede surgir una sociedad igualitaria.
La operación es mucho más que una cuestión de lenguaje y no es en absoluto inocente. En esencia se trata de que una masa importante de población se identifique con la clase dirigente y asuma su visión del mundo como propia con la esperanza de un ascenso en la escala social. Eso sí, llegado el momento del ciclo en que la oligarquía recoge beneficios, la clase media se precipita al fondo de la escala, envuelta las más de las veces, en graves crisis de subsistencia. Tenemos muy reciente el siglo XX con sus dos guerras mundiales y todo el rosario de explotación y muerte que va desde las guerras de los Balcanes a la gran fosa común en que se está convirtiendo el mediterráneo ya en este siglo. 
Pese a eso y como la oligarquía no tiene un pelo de tonta, se cambian las formas y las apariencias para dar la sensación de que ahora las cosas van en serio y se desempolvan las palabras CAMBIO, PATRIA, TRADICIÓN, HONRADEZ, en rojigualdos envoltorios para convencer una vez más que, estando al lado del poderoso, nuestra seguridad está garantizada. Lo curioso del caso es que, a pesar de ser un proceso conocido, se sigue cayendo en el engaño igual que en el timo del tocomocho. 
Veremos encarnar la causa de las desgracias colectivas en algún elemento de la sociedad que sirva de chivo expiatorio. En la versión 2019 no serán los judíos como en el III Reich, pero pueden servir los inmigrantes que vienen de unos países lejanos a oscurecer la luz de nuestros valores eternos con el apoyo de los políticos radicales recién llegados de peligrosas universidades a trastocar el orden establecido. 
De este simplísimo pero eficaz discurso mentiroso emana un vapor en el que, por arte de magia, se escamotean los más de 200.000 millones que nos ha costado a los españoles la corrupción sistémica de las que más de la mitad corresponde a la derecha salvadora y otro buen pellizco a los bancos que lideran los fabricantes del vapor. Los mismos que ahora nos van a pedir nuestro voto y que va a financiar la campaña electoral con el dinero de un rescate que no nos van a devolver. 
Puede que la izquierda, siempre autocrítica y sobrecargada de los valores éticos de su compleja historia, no acabe de ofrecer la imagen de unidad que sería deseable. Para competir con el auge de la extrema derecha hace falta un proyecto político creíble para una clase trabajadora que se aleja de las alternativas progresistas, en parte porque las reformas neoliberales (privatización de servicios públicos, corrupción y recortes) también las ha aplicado la social democracia y eso ha hecho justificable el “todos son iguales”. Este reduccionismo argumental junto con un relato tan simple como falso de recuperación del pasado, puede hacer que una parte de esa gente que cambia su trabajo por un salario, den su apoyo precisamente a quienes son los causantes de la situación que dicen poder resolver.
Ante este estado de cosas y en vísperas de un proceso electoral no podemos por menos que aconsejar un análisis personal y colectivo de quienes somos, donde queremos llegar y cuáles son las mejores herramientas para la construcción de nuestro proyecto vital. En el desorden de promesas y eslóganes que se nos viene encima, conviene fijarse en la marca que avala cada candidatura. 
Es hora de escudriñar en el curriculum que las ha traído hasta aquí sin olvidar como incumplieron las promesas que hicieron en el pasado y tampoco estaría de más someter a la piedra de toque de la solidaridad y la igualdad de género el discurso electoral que, con toda seguridad será impecable en su redacción. Ni es fácil creer que pueda resolver los problemas los mismos que los causaron ni es creíble el cambio por el cambio sin más razón que la promesa de un mentiroso ni más aval que la intención de un timador.




Desdeño las romanzas de los tenores huecos 
y el coro de los grillos que cantan a la luna. 
A distinguir me paro las voces de los ecos, 
y escucho solamente, entre las voces, una.
Antonio Machado

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